martes, 20 de marzo de 2018

FRANCO FAGIOLI: TODO LO QUE SE PUEDE PEDIR A UNA VOZ

35º FeMÁS. Franco Fagioli, contratenor. Il Pomo d’Oro. Stefano Rossi, concertino. Programa: Allegro de la Sinfonía HWV 338, Sonata Op. 5 nº 4 HWV 399, Sonata Op. 2 nº 5 HWV 390, y arias de las óperas Rodelinda, Rinaldo, Alcina, Il pastor fido, Imeneo y Serse, de Haendel. Espacio Turina, lunes 19 de marzo de 2018

El joven contratenor argentino Franco Fagioli lleva apenas una década encandilando al público con una voz tan original y distinta que es difícil describirla y encasillarla. Aunque en un principio pareciera engrosar la ya larga lista de contratenores que en los últimos años se han convertido en auténticas estrellas de la lírica, algo que no hace mucho parecía estar reservado a otras tesituras, fundamentalmente tenores y sopranos, y más residualmente mezzos y barítonos, la suya no se parece a la de Jaroussky, Cencic, Sabata ni Orlinski, a todos los cuales hemos podido escucharlos aquí en Sevilla. Recuerda más bien a esos experimentos que se llevaron a cabo en el cine justo cuando la voz de contratenor empezó a cobrar de nuevo fuerza, artistas como Andreas Scholl aparte, tan lejana la época injusta de los castrati. En concreto recuerda a la mezcla de las voces de la soprano Ewa Malas-Godlewska y el contratenor Derek Lee Rogin para lograr algo lo más parecido a un castrato en Farinelli (1994) o las distorsiones a las que fue sometida la voz de Inva Mula en El quinto elemento (1997) para conseguir una tesitura diferente que se adaptara a la extraña criatura que entonaba la escena de la locura de Lucia di Lammermoor.

Su voz se encuentra próxima a la de una mezzosoprano, con una sensacional habilidad para la coloratura y registros que le llevan de las notas más graves a los agudos más extraordinarios, con peajes en la voz de barítono que se le escapa puntualmente cuando ya no es capaz de mantener la impostura del falsete. Todo lo cual potencia una exhibición sorprendente y de alguna forma sobrenatural, un talento innato para que lo que hace lo haga de manera formidable. Salvo dos de las propinas, Se bramate d’amar de Serse y un Lascia ch’io pianga que hizo cantar al público con resultados sorprendentemente emotivos, el resto está todo en el disco que acaba de sacar al mercado y que dedica precisamente a las arias de Haendel. Además el prestigioso Il Pomo d’Oro, esta vez sin una batuta concreta y liderada tan sólo por el concertino Stefano Rossi, acompañó con ejemplar sensibilidad y acometió sus partes instrumentales, dos sonatas, una de las cuales interpretó interrumpida por Se potessero i sospiri miei de Imeneo, y el allegro de la Sinfonía en si bemol mayor HWV 338, con precisión y elegancia, demostrando por qué se le considera un puntal en la actual recreación del sonido del barroco, y eso que una vez más acudió en formación considerablemente reducida.

Fagioli cantó con extraordinaria sensibilidad sus arias sentimentales, con especial mención para Mi lusinga ill dolce affetto de Alcina, y con agilidades furiosas y vibrantes las de bravura, como Sento brillar nel sen de Il pastor fido o Crude furie degl’orridi abissi de Serse, ópera de la que entonó la célebre Ombra mai fu a petición de un espectador, a la carta como él simpáticamente apostilló. Pero sus enrevesadas ornamentaciones no son como en otros casos gratuitas o superfluas, sino que sabe dosificarlas a veces espontánea y libremente, para dar un sentido al conjunto y transmitir toda la fuerza de una música con la que, por otro lado, el triunfo resulta más fácil, porque ir cogido de la mano de una buena compañía, y la música de Haendel sin duda lo es, siempre ayuda.

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