martes, 22 de mayo de 2018

LA MUJER QUE SABÍA LEER Tedio esteta

Título original: Le semeur
Francia-Bélgica 2017 98 min.
Dirección Marine Francen Guión Marine Francen, Jacqueline Surchat y Jacques Fieschi, según la novela de Violette Ailhaud Fotografía Alain Duplantier Música Frédéric Verchaval Intérpretes Pauline Burlet, Geraldine Pailhas, Alban Lenoir, Iliana Zabeth, François Lebrun, Raphäelle Agogué Estreno en Festival de San Sebastián 27 septiembre 2017; en Francia 15 noviembre 2017; en España 11 mayo 2018

Al parecer Violette Ailhaud escribió la novela El sembrador (título mucho más apropiado para lo que se nos quiere contar que el más delirante que le han colocado en nuestro país, haciendo gala una vez más de una creatividad sin límites) tras la Primera Guerra Mundial para dejar constancia del poder de la mujer para resurgir de sus cenizas. Al parecer tras la dura represión de las fuerzas de Napoleón III contra los republicanos dejó algunas aldeas sin hombres. La determinación de un grupo de mujeres para dejarse preñar por el primer hombre que apareciera en sus dominios, propició el renacimiento de la población en estas tierras castigadas. Algo parecido debió ocurrir tras la primera contienda mundial como para motivar esta llamada de atención por parte de la ocasional escritora francesa. De ahí surge un argumento que en cierto modo recuerda al de la película que protagonizó Clint Eastwood en 1971, El seductor, y el fallido remake que perpetró Sofia Coppola el año pasado. Con una estética manierista y delicada que poco o nada aporta al leve contenido dramático del film, la neorrealizadora Marine Francine pretende ilustrar el fuerte e inteligente espíritu de la mujer, eje sobre el que parece girar esta película rodada en formato cuadrado y con claras inspiraciones pictóricas que, repetimos, no aportan nada al material didáctico y dramático del conjunto, más allá de entretener y deslumbrar esporádicamente nuestras retinas, sometidas por otro lado a un tratamiento narrativo y dramático tan lánguido y aburrido que no tardan en reaccionar cerrándose a cal y canto, en el mejor de los casos. El resultado es por lo tanto una película aburrida, sin muchos alicientes para no alcanzar más que a un público voluntarioso y predeterminado a cantar los méritos de un trabajo que sencillamente no los tiene, sin tensión sexual ni de ningún otro tipo y un mensaje difuminado entre tanto despropósito estético y pretensión poética. Aún así se alzó con el premio Nuevos Realizadores en el pasado Festival de San Sebastián.

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