jueves, 3 de mayo de 2018

OBS Y L'ISOLA DISABITATA: LA VIRTUD DE LA CONSTANCIA

Temporada 2017-2018 de la Orquesta Barroca de Sevilla. Roberta Mameli y Silvia Frigato, sopranos. Víctor Sordo, tenor. Fulvio Bettini, barítono. Enrico Onofri, dirección. Programa: L’Isola disabitata, de Haydn (en versión concierto).
Teatro Lope de Vega, miércoles 3 de mayo de 2018

Roberta Mameli
Podemos aplicar a la trayectoria de la Barroca la constancia, tema que informa este magistral texto de Metastasio tantas veces llevado a la ópera desde que le fuera encargado por Farinelli para que le pusiera música Porpora, si bien éste declinó por sus muchos compromisos y acabó componiéndola Bonno y estrenándose el 30 de mayo de 1753, día de la onomástica del Rey Fernando VI, en la Corte de Aranjuez, justo ahora que el palacio que debía habitar Farinelli allí ha sido pasto de las llamas. Haydn se sumó un cuarto de siglo después a los muchos compositores que abordaron el mismo texto, y los que vendrían después, entre ellos Manuel García, cuya versión con una escueta escenografía pudimos ver hace algunos años en la sala que lleva su nombre en el Teatro de la Maestranza. Una trama muy sencilla reúne a cuatro personajes en una isla desierta. Dos mujeres, una despechada porque se siente traicionada y fomenta durante años un sentimiento de odio hacia los hombres que pretende transmitir a su hermana aún joven e inocente. Y dos hombres que regresan del cautiverio para demostrar que el amor es más fuerte que el odio y que la constancia al final resuelve todas las adversidades; como las que a lo largo de estos más de veinte años ha tenido que soportar el conjunto hispalense, y que afortunadamente ha superado con perseverancia y mucho trabajo para asegurar su permanencia en la agenda cultural de la ciudad y ofrecernos temporadas estables y variadas.

Víctor Sordo
Esta versión en concierto de L’Isola disabitata de Haydn supuso el final de la presente, y para ello contó con el director que más la ha dirigido en los últimos años, conformando el estilo y el espíritu que hoy le informa, aunque eso suponga para sus detractores un freno al avance artístico de la formación. A veces nos sentimos satisfechos con su trabajo, mientras otras echamos en falta ese conjunto más refinado y ecléctico que caracterizaba una época fecunda y feliz en la que asegurábamos no tener nunca ocasión para hacerles una mala crítica. Onofri inculca mucha pasión y empuje en sus cometidos, pero flojea cuando de marcar sutilezas y delicadezas se trata. Por eso la magnífica obertura nos pareció endeble en su arranque, raquítica en su arquitectura y sólo remontó el vuelo cuando sus pentagramas anunciaron ataques vivaces y enérgicos. Después el director dejó claro cuál era su intención, reforzando el carácter de parlato que tiene esta pieza y destacando su papel de transición entre la ópera barroca con sus recitativos y arias profusamente ornamentadas, y el Romanticismo fundamentado en el drama y la expresividad. En Haydn, autor de tantas óperas apenas representadas y poco populares, debido a que muchas estuvieron circunscritas al Palacio de Estérhazy, se sientan las reglas del Clasicismo también en la lírica, con partes vocales directas y sin excesos ornamentales y una escritura instrumental que sigue de cerca, muy íntimamente, el texto.

Silvia Frigato
Onofri se ciñó a estos postulados ofreciendo una lectura simple, casi espartana, lo que a menudo se tradujo en una exposición seca y un sonido menos brillante de lo habitual. Algunos conjuntos, como los metales, tardaron en calentar y tuvieron entradas que potenciaron en algunos pasajes una interpretación frágil y desajustada. Mucho mejor funcionaron las voces, destacando las femeninas. Silvia Frigato destilando un Fra un dolce delirio cargado de gracia y dulzura, con tesitura de soprano (el papel está concebido para mezzo), moviéndose con soltura y ligereza, generosa proyección y ductilidad para cambiar de registro y emitir fulgurantes agudos. Por su parte Roberta Mameli, a quien Onofri ya dirigió en La Senna festeggiante de Vivaldi que vimos en ese mismo escenario hace dos años, acentuó pese a una voz sedosa y aterciopelada los aspectos más sombríos de su personaje, potenciando la expresividad de su rol y evidenciando una elegante línea de canto. Víctor Sordo, aún recientes sus participaciones con Vandalia en el Réquiem de Mozart de la Joven Barroca y en el recital sobre la Escuela Sevillana de Polifonía del pasado febrero, y como solista en el concierto de Jordi Savall que inauguró el año Murillo, demostró estar sobradamente preparado para afrontar papeles de mayor enjundia, y que tiene una sorprendente flexibilidad para adaptarse a estilos tan diferentes como los apuntados con solvencia y seguridad, apoyándose en una voz de muy hermoso timbre y más que seguro fraseo. También destacó en seguridad y excelente entonación el barítono italiano Fulvio Bettini también familiarizado con el Lope de Vega, con un trabajo muy destacado de expresividad y canto para fijar la personalidad de un personaje que actúa como elemento conciliador. El cuarteto final, Sono contenta appieno, sirvió para dejar la impronta de un excelente trabajo en equipo capaz de emocionar y dejar un buen sabor de boca hasta la temporada que viene.

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